miércoles

Qué tiempos aquellos


Mientras caía el muro de Berlín el 9 de noviembre del ochenta y nueve, Julita, ajena a cuanto estaba por llegar, engullía frente al televisor una lata de col rellena, búlgara creo que era, de aquellas latas que adornaban las estanterías de todas las bodegas habaneras de los ochenta. 
Aquellas latas tenían sus días contados, y las compotas rusas, los cocteles de frutas y los jugos de manzana que desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos de los minimás y los supermercados.
Las fritas —que van y vienen— se fueron para no volver de las cafeterías, también los medallones de pescado. Llegaba la era del Cerelac, los bistecs de toronja y el picadillo de soya... y sigue ave-riguando de qué está hecha la sopa que reparten en el comedor obrero.
Julita empezó a bañarse sin jabón, a freír sin grasa, a hacer pan sin harina, a lavarse los dientes sin pasta. Y cuando parecía que ya nada podía empeorar, los apagones dijeron:
«aquí estoy yo», y el Dios de la isla multiplicó el pan y los peces pero por cero. 

Las guaguas se emperraron y los perros enflaquecieron y los gatos terminaron en el plato de algún vecino.
Veinte años después, Julita se mira al espejo. Se le han caído dos dientes, debería estar pálida y flaca pero está gorda como una choncha. Tiene una panza enorme de arroz con lo que sea y plátanos machos con azúcar prieta. 
Te mira y te dice: «¿Viste eso, mi amiga, qué buena me estoy poniendo?» ...porque entre otras cosas devanarse los sesos para ver qué inventa en la cocina la ha llevado a que le patine un poco el cerebro. 
Ese tipo de desgaste diario es tremendo, no deja títere con cabeza!!!   



TURRONES AMARGOS

     Esta mañana al llegar al trabajo me han dado una mala noticia. A las dos y media despedirán a uno de mis compañeros. La in...