martes

La inspiración literaria

Turgueniev decía: Los poetas tienen razón cuando hablan de inspiración. Es verdad que la Musa no baja del Olimpo para aportarles las estrofas ya terminadas, pero sí llegan a sentir una disposición de ánimo especial que se parece a la inspiración. A esta disposición de ánimo la llaman lo poetas “la proximidad del dios”. Esos instantes constituyen el único disfrute del artista. Si no existieran, nadie escribiría. Luego, cuando hace falta poner orden en todo cuanto se agita en la cabeza, cuando hace falta reposar todo eso en el papel, entonces empieza el tormento”.
Por otra parte, no es extraño que un hombre que a veces tardaba cinco días en escribir una página, como Flaubert, tuviera un concepto poco elevado de la inspiración: “Hay que escribir más fríamente. Desconfiemos de esta especie de calentamiento en el que se produce a menudo más emoción nerviosa que fuerza muscular”.
Quizá para los escritores en ciernes, para aquellos que deseen expresarse y crear un mundo a través de las palabras, la mejor reflexión que puede hacerse es la desmitificación de la inspiración. 

Sentarse ante la máquina de escribir representa exactamente abrir la puerta a la inspiración, decía el escritor sueco Eyvind Jonson. Sí, levantar la tapa de la máquina de escribir ha de ser como abrir la persiana de un garaje. Un garaje de ideas, de objetos, de vivencias de palabras... Hay allí herramientas y también chatarra, y algunos monstruos, junto a niños que corretean —los niños que fuimos-.., parejas que se aman o se odian, paisajes que arrastran nuestra mirada como un río. En ese garaje se entremezclan las vísceras de lo todavía increado con las imágenes fragmentarias de lo ya vivido. Hay que poner orden en aquel caos. Y para poner orden existen las palabras, que de algún modo nos llevan a una interpretación de la realidad, nuestra propia interpretación de la realidad, que hacemos en nombre de aquellos que no saben expresarse. Para ese ensamblaje no hay materiales inservibles. Todo depende del lugar que ocupen, lo mismo que las palabras.
La inspiración es la hermana del trabajo diario, decía Baudelaire. Son dos hermanas gemelas, que en ocasiones se confunden. Este componente artesanal del oficio de escritor no debe hacernos olvidar que lo fundamental es el contenido de la obra literaria. Hemos de hacernos todos los días esta pregunta: ¿Qué quiero decir, qué quiero transmitir? Oscar Wilde nos ha legado esta sentencia, que es todo un programa de acción: No existen más de dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.

Tomado de: El oficio de escribir, de Ramón Nieto. 

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