viernes

Aguaceros tropicales


Si hay algo que echo en falta de Cuba, además de la familia, son los aguaceros. En Cuba cuando llueve, llueve con ganas. No es algo improvisado, la atmósfera se toma su tiempo. Urde su plan sin prisa en las capas más altas.
Poco a poco se va oscureciendo el cielo, se levanta el aire de agua. El ambiente se carga de iones negativos que siendo negativos, curiosamente, son los buenos para el ánimo. El olor a tierra mojada avisa de que ya llega. Y cuando por fin llega es un alivio que libera la presión que se ha estado acumulando, como cuando a la olla exprés se le tensa la tapa hasta que el pitssss del vapor estalla y empieza a bailar la válvula.
Los aguaceros tropicales caen como densas trombas de agua, dejan la atmósfera limpia y la sensación de habernos quitado un gran peso de encima. Sofocan los calores, barren la porquería de las calles, aunque hacen que a más de uno se le despeguen los zapatos, que el cirujano vascular que está en medio de un baipás coronario no se concentre en el quirófano, porque teme que se le esté mojando el colchón nuevo que le dieron por el partido con la gotera que cae justo encima de su cama.
Los niños, en cambio, los disfrutan especialmente, chapoteando descalzos en los charcos. Ajenos a todo, sin pensar en nada. Simplemente siendo ellos mismos. Para mí, esa es la imagen de la felicidad por excelencia: la infancia feliz y despreocupada. Nos pasamos toda la vida intentando volver a ese punto, y cuando por fin volvemos, por desgracia, se nos acaba el viaje
Supongo que quizás por esa constante búsqueda, esa necesidad de retorno al pasado, me gustan tanto los aguaceros tropicales. Hacen que me sienta más cerca de mi casa: mi casa que no está hecha de paredes ni ventanas; ni de ciudades, ni de gentes siquiera; que no conoce de bandos ni de banderas ni de nacionalidades. Es la primera y la última morada de mi alma. El Alfa y el Omega. Mi centro, mi núcleo, el hueso alrededor del cual se organiza la carne de mi mundo, y que será adonde vuelva inexorablemente, cuando todo lo demás haya pasado.

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