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El cubano de a pie va por la calle llevando su desesperación a la espalda cual si fuera una mochila, con su jabita de nailon a la caza de un sueño comestible, pensando en si logrará ganarle la batalla al día. No es fácil, dice, y sigue cuesta arriba sin llegar a ninguna parte.
Mas nadie piense que el cubano de a pie tiene un carácter agrio producto de su desesperanza ya crónica, nada más lejos de su naturaleza alegre. Aunque le sobren los motivos para estar desanimado y triste, él lleva la sonrisa en ristre como el arma más eficaz a la hora de librar su batalla cotidiana...
Con la carcajada escandalosa presta, como una ráfaga que atraviesa su mal y lo cosquillea; con el chiste en la punta de la lengua, preparado para alegrarle la tarde a cualquiera. Siempre dispuesto a tomarse un trago, a tirar un pasillo, a cantar a viva voz una canción de moda. A burlarse de la chismosa de la esquina, a plantar la mesa del dominó en donde sea, jaraneando, en la guasa constante y en el choteo.
El cubano de a pie sonríe todo el tiempo en la tarima de la vida, aunque lleve la procesión por dentro... y al llegar a casa mire a su alrededor y se desinfle. Y ya desde de la cama, piense desarmado al final del día: ¿tendré ganas mañana de seguir riendo?