Muchas veces, más que el dolor en sí, es el miedo al sufrimiento lo que nos paraliza. Y vivimos protegiéndonos preventivamente de un golpe que nunca llega; y es tal el miedo que apenas si respiramos, no vaya a ser que el dolor nos encuentre por el camino.
A esas alturas el daño más grande ya está hecho, nos lo hemos infringido nosotros mismos. A lo único que hay que temer, en realidad, es al miedo, porque todo lo demás tarde o temprano pasa de largo.
No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista por tanto tiempo.
A esas alturas el daño más grande ya está hecho, nos lo hemos infringido nosotros mismos. A lo único que hay que temer, en realidad, es al miedo, porque todo lo demás tarde o temprano pasa de largo.
No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista por tanto tiempo.
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