 |
Macondo, Cien años de Soledad |
Como todo en esta vida, las novelas también se empiezan por el principio, y ha de ser justamente el principio la parte más atrayente de la historia, el anzuelo que enganche al lector y lo motive lo bastante como para seguir leyendo...
Según Joaquín Roy, catedrático de Jean Monet y director del Centro de la
Unión Europea de la Universidad de Miami, desde el punto de vista de
la redacción, la técnica del LEAD, consiste en la ubicación, al
inicio de un artículo de esencia periodística, de los hechos
básicos de la crónica.
En la estructura de la “pirámide
invertida”, la combinación de “qué”, “quién”, “cuándo”,
“dónde”, “cómo”, y (quizá) “por qué”, es el aperitivo
con el que el autor intenta atrapar la atención del lector.
En el
resto del escrito, el autor va completando los detalles, satisfaciendo
con dosis calculadas los diversos deseos o expectativas del lector.
Este código de redacción, impuesto con rigurosidad a los
periodistas, consistía en una serie de normas que podrían resumirse en unas
pocas técnicas:
-Oraciones cortas
-Construcciones
afirmativas
-Abstención de frases subordinadas
-Palabras
correctamente elegidas y huérfanas de connotaciones oscuras.
(leer
más en
http://www.ipsnoticias.net/2014/04/el-lead-tecnica-de-garcia-marquez/)
Para ilustrar cuan importantes son los primeros párrafos de una historia, os relaciono a continuación los comienzos de García Márquez, que en la técnica del Lead era todo un maestro...
La hojarasca (1955)
«De
pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del
pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una
hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y
materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada
vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable».
El coronel no tiene quien le escriba (1961)
«El
coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una
cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el
piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la
olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de
café revueltas con óxido de lata».
La mala hora (1962)
«El
padre Ángel se incorporó con un esfuerzo solemne. Se frotó los párpados
con los huesos de las manos, apartó el mosquitero de punto y permaneció
sentado en la estera pelada, pensativo un instante, el tiempo
indispensable para darse cuenta de que estaba vivo, y para recordar la
fecha y su correspondencia en el santoral».
Cien años de soledad (1967)
«Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano
Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo».
Relato de un náufrago (1970)
«El
22 de febrero se nos anunció que regresaríamos a Colombia. Teníamos
ocho meses de estar en Mobile, Alabama, Estados Unidos, donde el A.R.C.
‘Caldas’ fue sometido a reparaciones electrónicas y de sus armamentos.
Mientras reparaban el buque, los miembros de la tripulación recibíamos
una instrucción especial. En los días de franquicia hacíamos lo que
hacen todos los marineros en tierra: íbamos al cine con la novia y nos
reuníamos después en ‘Joe Palooka’, una taberna del puerto, donde
tomábamos whisky y armábamos tina bronca de vez en cuando».
La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972)
«Eréndira
estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia. La
enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto,
se estremeció hasta los estribos con la primera embestida. Pero
Eréndira y la abuela estaban hechas a los riesgos de aquella naturaleza
desatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el baño
adornado de pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de termas
romanas».
«La tercera resignación», primer cuento de «Ojos de perro azul» (1972)
«Allí
estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya
tanto conocía pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si
de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él.
El otoño del patriarca (1975)
«Durante
el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa
presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las
ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y
en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos
con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza».
Crónica de una muerte anunciada (1981)
«El
día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la
mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que
atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por
un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por
completo salpicado de cagada de pájaros».
El amor en los tiempos del cólera (1986)
«Era
inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el
destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió
desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido
de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser
urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de
Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de
ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la
memoria con un sahumerio de cianuro de oro».
El general en su laberinto (1989)
«José
Palacios, su servidor más antiguo, lo encontró flotando en las aguas
depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que
se había ahogado».
«Buen Viaje señor presidente», primer relato de «Doce cuentos peregrinos» (1992)
«Estaba
sentado en el escaño de madera bajo las hojas amarillas del parque
solitario, contemplando los cisnes polvorientos con las dos manos
apoyadas en el pomo de plata del bastón, y pensando en la muerte».
Del amor y otros demonios (1994)
«El
26 de octubre de 1949 no fue un día de grandes noticias. El maestro
Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario donde hacía mis
primeras letras de reportero, terminó la reunión de la mañana con dos o
tres sugerencias de rutina».
Noticia de un secuestro (1996)
«Antes
de entrar en el automóvil miró por encima del hombro para estar segura
de que nadie la acechaba. Eran las siete y cinco de la noche en Bogotá.
Había oscurecido una hora antes, el Parque Nacional estaba mal iluminado
y los árboles sin hojas tenían un perfil fantasmal contra el cielo
turbio y triste, pero no había a la vista nada que temer. Maruja se
sentó detrás del chofer, a pesar de su rango, porque siempre le pareció
el puesto más cómodo».
Vivir para contarla (2002)
«Mi
madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Había llegado a
Barranquilla esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia y
no tenía la menor idea de cómo encontrarme. Preguntando por aquí y por
allá entre los conocidos, le indicaron que me buscara en la librería
Mundo o en los cafés vecinos, donde iba dos veces al día a conversar con
mis amigos escritores».
Memoria de mis putas tristes (2004)
«El
año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una
adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa
clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una
novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas
tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis
principios».